Música para iluminar, música para salvar
La música es una forma expresiva del amor, es un vínculo que el hombre sostiene no sólo con la naturaleza, sino con lo sobrenatural, con Dios...
Y si hablamos del poder que tiene la música en lo social, en lo comunitario, en lo individual, sencillamente tendríamos que detenernos a valorar cuánto exilio de Dios encontramos hoy día en nuestras sociedades y pueblos.
Lo que sucede en una sala de conciertos, cuando cantamos en coro, cuando tocamos en una orquesta, es orar en colectivo, es participar en una comunión con el sagrado diálogo entre el sonido y el silencio que es, a su vez, la armonía. Porque es la música el arte y la ciencia, que contiene la fuerza cósmica capaz de reconciliar sensibilidad e intelecto, lucha y fe, dolor y esperanza, abismo y firmamento, apocalipsis y apoteosis.
Para descifrar los efectos que se cultivan cuando la música entra en la vida de un niño desde su más tierna edad; cuando acapara la atención de familias empobrecidas económicamente; cuando irrumpe en la soledad de un presidiario; cuando se desliza en el submundo, muchas veces hermético e insospechado, de un niño con discapacidad o de un minusválido; cuando toca el alma de una joven adolescente presa de la prostitución, o cuando logra detener el frenesí de un joven adicto a las drogas, tendríamos que decir que la música abre ventanas hacia lo divino.
En esencia, cuando ponemos un instrumento musical en las manos de un niño y logramos insertarlo en la estructura de una orquesta o de un coro, estimulamos su autoestima y seguridad afectiva, desarrollamos su gusto estético, su responsabilidad, concentración y disciplina, así como sus hábitos de estudio, su perseverancia ante los retos, su sentido de productividad y de ambición profesional.
Y cuando colocamos en un escenario a esa gran orquesta sinfónica infantil o juvenil, los incluimos a todos, sin cortapisas, en el proceso de socialización, de competitividad y liderazgo; los ganamos para una convivencia en armonía, convirtiéndolos en futuros hombres y mujeres militantes del respeto por el otro, de la tolerancia y de la actitud democrática.
Así, la música trasciende su carácter estético y sella una indestructible alianza con lo social; la música actúa, cual centrífuga envolvente, en las esferas de lo personal-individual, en la esfera familiar y en la esfera comunitaria-nacional. Por ello, la audaz utopía de romper con los viejos paradigmas –los monopolios de las élites sobre el disfrute y acceso a la cultura o el uso de la música como “adorno”-, nos sigue animando para asir la música como poderoso agente de cambio social.
Nuestro Programa de Acción Social por la Música ha sido capaz de empinar la vida de generaciones completas de niños y jóvenes en toda Venezuela y en América. El testimonio más fehaciente de que esto es posible, lo constituye 38 años de “Tocar y Luchar” con nuestro Sistema de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, que ofrendamos al mundo como la mayor y mejor contribución que podemos hacer.
La humanidad anhela celebrar la vida, anhela convivir en armonía, anhela el bienestar para millones de seres que no tienen ni pan ni amor. Y para convertir esos anhelos en realidades sustentables, necesitamos elevar el alma y la identidad de nuestros pueblos con una renaciente conciencia moral y espiritual, a través de empresas innovadoras y creativas. Sólo así la humanidad tendrá calidad de vida y podremos honrar el desafío de vivir en Paz, en Justicia Social y en Libertad espiritual.
La música es la voz de Dios, la llamada a encarnar esa melodía de luz que encienda nuestros corazones, que ilumine la vida de nuestros hijos y nietos, de todas las familias, de las ciudades y de todos los países. Hasta que la Tierra sea un Planeta de personas iluminadas.