Un emotivo retrato de familia musical
El viernes 4 de abril la Sala Simón Bolívar recibió a dos generaciones de músicos que se juntaron, no solo para ofrecer una virtuosa interpretación de dos grandes vieneses, Mozart y Bruckner, sino para demostrar que la unión y la excelencia son el eje fundamental de El Sistema
El obsequio de sus alumnos mirandinos llegó puntual. Cuando el maestro Gregory Carreño abrió la puerta de su camerino, el aroma de los lirios y las rosas lo subyugó. Tal cual como ocurrió aquel día en Maracay, hace ya más de 40 años, cuando por primera vez él escuchó a José Antonio Abreu tocar el órgano, lo cual bastó para que Carreño se casara para siempre con la música. Y la pasión y compromiso de ese matrimonio con la música, se sintió a flor de pieles y sonrisas, este viernes 4 de abril en el Centro de Acción Social por la Música en Caracas, durante el concierto de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, dirigido por el clarinetista y pedagogo trujillano.
Fue un concierto para atesorar. No en la gaveta de los recuerdos, sino en un rinconcito del corazón y, sin duda, en la memoria sonora de la audiencia. Y es que desde antes de sonar la primera nota de la Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta en mi bemol mayor, KV 364, de Mozart, la tarde-noche se convirtió en una suerte de truco de años y tiempos, del que por supuesto el gran mago es el maestro José Antonio Abreu. Así, salió al escenario el concertino de esa noche para la OSSBV: el maestro fundador, Frank Di Polo, quien con una gran sonrisa afinó a la orquesta heredera de la orquesta madre (la Sinfónica Nacional Juvenil Juan José Landaeta, en la que Di Polo fue primera viola). Orgulloso se sentó en la silla y frente del atril de Alejandro Carreño, concertino titular de dicha orquesta.
Seguidamente, aparecieron los dos solistas: Alejandro Carreño, violín, e Ismel Campos, viola, quienes pertenecen a la tercera generación que comenzó una intensa vida artística a finales de la década de 1990. El maestro Carreño, acompañado por sus dos hijos (Alejandro y Gregory, concertino e integrante de la fila de primeros violines, respectivamente, de la OSSBV) alzó su batuta, y ofreció, entre padres, hijos, maestros, fundadores y músicos de tres generaciones, una demostración de que no importan los años, ni quién es mejor (si el maestro o el alumno), porque el norte en El Sistema es la excelencia.
Alejandro Carreño e Ismel Campos se confabularon para entregar un exquisito diálogo, violín-viola-orquesta, guiados por sus enormes sensibilidades y sus sólidas técnicas, herramientas con las que estos dos solistas de talla mayor, quienes llevan a El Sistema en su ADN, conmovieron al público. El lirismo de sus interpretaciones fue premiado por una sustanciosa salva de aplausos.
Luego, la Sinfonía n° 3 en re menor, “Wagner”, A.94, de Bruckner, una obra vasta y prueba de resistencia para una orquesta por la duración de sus cuatro movimientos, permitió apreciar las influencias que el director tiene de su maestro Abreu. El estilo del director Carreño hizo brotar de la Sinfónica Simón Bolívar un sonido portentoso, exuberante y brillante, aún en los pasajes más sutiles y delicados de la obra. Una merecida ovación que cerró un concierto o, mejor aún, la sesión de un retrato de familia musical.